(Revista Hacer familia, Nro.97 Por Marta Castillo)
¿Qué siente un niño cuando uno de sus padres cierra la puerta de la casa para no volver? Inseguridad, incertidumbre, miedo, abandono, tristeza, rabia, culpa y dudas… Los efectos de la separación en los hijos son muchos. Por eso, aunque la herida es inevitable, hay que buscar a toda costa aminorar el daño. Cuando la ruptura matrimonial ya se produjo, es importante que las acciones y decisiones que se tomen tengan como primer objetivo... seguir siendo padre y madre, y no tíos a distancia.
Cuando unos padres deciden separarse, el reloj habitual de una casa se detiene. Los hijos se enfrentan a un día siguiente incierto. No saben cómo afectará esto a su vida, cuáles serán las costumbres a partir de ese momento, quién los llevará al colegio, al doctor, al cumpleaños. El piso tambalea bajo sus pies. Se preguntan si el padre que dejó la casa volverá a buscarlos y si el que se quedó con ellos no se marchará también.
Por la mente de los padres desfilan las cifras del horror; cada riesgo cuantificado y descrito con lujo de detalles: las probabilidades de hijos de separados de caer en la droga, alcohol, depresión, fracaso escolar, embarazo adolescente. Y lo que es peor, de repetir la historia. Cifras que describen eficientemente una dolorosa realidad.
Ante tanto sufrimiento no queda más que poner todos los medios al alcance para disminuir en lo posible el daño. Sin olvidar que el ser humano cuenta -en mayor o menor grado- con la capacidad de salir adelante en medio de la adversidad.
El niño queda sin piso
“Cuando mi marido se fue de la casa, mis hijas y yo sentimos que las paredes de la casa se caían y quedábamos en el medio, solas, piluchas y a la vista de todos” describe crudamente Paula Longton, madre de cuatro hijas, el momento de su separación. ¿Por qué sufre tanto un niño cuando los padres se separan? El psicólogo de
Para el psicólogo, es indiscutible que tras una separación matrimonial los hijos sufren “una situación particularmente traumática”. Sin embargo, matiza, el grado dependerá no sólo de la sensibilidad de cada hijo y su vulnerabilidad a la angustia, sino “del vínculo con sus padres, de la historia de la relación de éstos y de lo sorpresiva que haya sido la ruptura”. Por eso es que el psicólogo recomienda que los padres “tomen el pulso al niño”, es decir, lo observen activamente. Por ejemplo, si el niño baja en alto grado sus notas, si el período de duelo duro e inicial se extiende más de dos meses, si el niño se refugia en el computador y no quiere interactuar, o si evita sistemáticamente hablar de la separación porque no tolera el tema, hay que preocuparse. Esta “observación activa” incluye seguir atentos a las reacciones de los hijos a pesar de que hayan pasado algunos años. Hay que asumir que se trata de un dolor que acompaña toda la vida. “Creímos que lo había entendido y que estaba superando bien la pena inicial. Buenas notas, vida social normal, cariñoso... pero en la adolescencia afloró toda la rabia que tenía latente: se volvió agresivo y rebelde a nuestras normas”, explica Angélica Salinas, separada y madre de dos hijos. Opazo señala que es importante observar a los hijos sin ahogar, para no generar un problema mayor: “Sólo si un niño se muestra triste, inseguro o poco motivado habrá que buscar la ayuda de un especialista”, asegura.
Reacciones dispares
Alix Silva Crespo, Consejera Educacional y Vocacional de
Si bien es posible esperar reacciones muy diversas, lo que es bastante común es que los hijos sufran primero un sentimiento de culpabilidad y baja autoestima, explica el sacerdote Gustavo Ferraris, experto en educación y familia. “Creen que la culpa la tienen ellos y se sienten además poco queridos llegando muchas veces a afirmar ‘yo no valgo, no merezco que me quieran”. Según el padre Ferraris esto lo arrastran hasta que maduran. “Por eso muchas veces les cuesta formalizar sus relaciones y tienden a reproducir modelos”.
Reconocer el fracaso
“Recuerdo una alumna de 14 años, cuenta Marta Arteaga, profesora de matemáticas, a quien una de sus compañeras en medio de una tonta pelea escolar le gritó: “Eres una fracasada, igual que tu mamá; por algo tu papá le puso el gorro con otra...” La niña reaccionó clavándole el compás a su compañera en el brazo. Su mamá sólo le había dicho que el papá había encontrado un trabajo mejor en el norte y que lo verían muy poco durante un tiempo. ¿Pensaban dar la noticia con cuenta gotas? ¿Cobardía? ¿Querer no dañar a la niña hablándole derechamente de separación? No lo sé”.
Según Opazo, evadir el tema cuando lo que hay es un tremendo problema, es pésimo. Más bien lo indicado es conversar con el niño abiertamente y lo más recomendado es que lo hagan los papás juntos: “Esto ayuda a coordinar el mensaje para que haya consistencia en lo que oye el niño de cada lado”. Ante el miedo del hijo de no volver a disponer del papá o la mamá el resto de su vida, “hay que tranquilizarlo y asegurarle que el que se fue de la casa lo sigue queriendo y que nunca se le cerrarán las puertas”. Agrega que también es muy importante que a partir de ese momento “el papá y la mamá no pasen a odiarse y que no hablen mal del otro por mucho que se lo merezca”. Hacerse la víctima, autocompadecerse, sólo aumentará la rabia de los niños.
El sacerdote Gustavo Ferraris cree que el primer paso para ayudar a los hijos es que el matrimonio reconozca su fracaso, respete y tome el peso al dolor que enfrentan los hijos. Para esto “es importante que hablen con ellos, reconociendo el sufrimiento de todos”. Además debe haber un compromiso serio de los papás de demostrar que les siguen queriendo. “Cuando una familia que estaba unida ‘vive’ la separación de los padres, es más fácil que no se disgregue; es posible seguir siendo una familia”.
Seguir educando juntos
Marido y mujer separados no debiera ser sinónimo de que papá y mamá tiren cada uno para su lado. Es decir, en lo que respecta a la educación de los hijos ambos deben seguir tirando juntos el carro en la misma dirección. Explica el padre Ferraris que es fundamental que los padres se pongan de acuerdo en el modo de educar a los hijos y nunca desacreditar lo que el otro exige a los hijos. “Hay que hacer ver a los hijos que se sigue siendo padres, por lo que deben exigir, educar y no sólo pasearlos los fines de semana”.
En este sentido el colegio puede ayudar mucho a los padres. La orientadora Alix Silva piensa que es importante crear una atmósfera afectiva y de protección desde el colegio para enfrentar el tema. Esto consiste primero en detectar si existe un cambio real en la conducta de un niño al que se le han separado sus padres: si está triste, melancólico, irritable o agresivo. “Evaluamos los sentimientos que vemos que esta situación familiar ha producido: nivel de angustia, incertidumbre, rabia, desapego, vergüenza, abandono, desesperanza… Luego se cita a los padres, en conjunto, para informarles de la situación que está viviendo su hijo. Allí determinamos con ellos los pasos a seguir, ya sea que ellos aborden directamente el tema con su hijo o se acuda a un especialista”. Otra forma de ayudar a los padres a continuar unidos en la tarea de educar a sus hijos, explica la orientadora, es a través de las entrevistas escolares habituales, “en las que se les cita juntos, para mantener la continuidad de su imagen parental y no de pareja en conflicto”.
Evitar descalificaciones
“Adoraba a mi papá, pero lo veía muy poco”, cuenta Rosario M., 20 años. “Yo tenía nueve años cuando se separó de la mamá, pero él siguió llevándome todos los días al colegio. Iba medio dormida, no hablábamos mucho, pero siempre supe que seguía a mi lado. Lo habría preferido papá al cien por ciento, pero ese contacto diario nos permitió seguir súper unidos”.
Alix Silva aconseja que los padres tengan una relación más cercana con su hijo en este período y, en lo posible, que sea a diario, para que ellos no se sientan abandonados. Ir a buscarlos o dejarlos al colegio, llamarlos por teléfono todos los días, acompañarlos al doctor, llevarlos a comprar la ropa que necesitan en lugar de pasar sólo el cheque... Todo ayuda. Claro que hay que tener cuidado con confundirse y pasar del rol de padres a transformarse en “amigos”. El hijo, explica la orientadora, necesita mantener una sana imagen materna y paterna.
Cómo perciban al papá o mamá ausente dependerá también de cómo el padre presente se expresa de él o de ella, de cómo actúe y cómo reaccione. Hay que tener grabado a fuego que independientemente del dolor personal, el otro sigue siendo el papá o mamá de los hijos y que los hijos necesitan su figura para crecer seguro. Dice el sacerdote Ferraris, que “la imagen del padre o la madre que dejó la casa es sagrada”. Sólo así se podrá seguir siendo padres después de la ruptura.
“Después de la muerte de uno de los padres, la experiencia más traumática en la vida de un niño es la separación de sus padres”.—Doctora Paulina Kernberg, psiquiatra infantil.
Enfrentar el daño
Hay personas que piensan que como las separaciones son cada vez más frecuentes los niños hoy sufren menos, que al ser compartida su pena, es más leve. Pero una cosa es la pena y otra el efecto que la separación tiene en su identidad y seguridad personal.
Son los padres quienes dan una identidad clara y segura al hijo, -quién soy, de dónde vengo- y le enseñan a insertarse en la sociedad. Por eso, para aminorar el daño se aconseja:
> Vivir con respeto la “historia familiar”: Que la separación no signifique el “exilio” de una parte de la familia. Los abuelos y primos del “otro” lado siguen existiendo.
> Seguir ambos presentes en la cotidianidad del hijo. El niño forja su identidad en momentos tan simples como cuando lo llevan al colegio, le revisan las tareas...
> Hacer comprender al hijo su propia historia, donde hay un fracaso matrimonial de sus padres, pero que no es un fracaso de ellos como parte de una familia.
> Dejar claro que el problema fue conyugal, no familiar, aunque uno de los dos haya abandonado el hogar.
> Comprender que a los niños les avergüenza la separación de sus padres -la ven como un defecto propio- y necesitan mucha compañía.
> Acompañarlo. En la adolescencia, el apoyo pasa por formarlo y estimular sus intereses y no por comprarlo.
Construyen
Quienes se olvidan de su propio dolor y son capaces de establecer acuerdos básicos sobre salidas, dineros, permisos, vacaciones... mirando el bien del hijo.
Los que no usan a sus hijos para desahogar las penas ni como mensajeros con el papá o mamá porque entre ellos no se hablan.
Los que comparten noticias sobre salud, rendimiento escolar, vida social e intereses del hijo. Son los que avisan con anticipación de las reuniones escolares... y no a última hora.
Los que a pesar de que en el hijo no haya signos evidentes de dolor, rabia, frustración, lo observan activamente durante años. Porque si bien en la niñez puede no haber grandes cambios en su estado de ánimo, en su rendimiento escolar o en su vida de amistad, su dolor puede estar latente y aflorar en la adolescencia.
Destruyen
Quienes por rencor, rabia o deseos de venganza usan a sus hijos para manipular al esposo(a).
Los que descalifican al cónyuge ausente, con lo cual destruyen la imagen paterna o materna, figura indispensable para que el niño crezca seguro.
Los que salen con sus hijos sólo en plan de distracción, asociando su imagen a paseos, regalos y cero reglas.
Los que piensan que porque explicaron al hijo la separación, estos la “entendieron” y la superaron sin problema. Una cosa es entender racionalmente la situación y, otra, digerirla. Esto demora años.
Un caso de la vida real
“Éramos una familia normal y yo creía tener un matrimonio feliz de 16 años”, asegura Paula Longton tratando de describir lo que era su vida antes de la repentina separación. Pero una mañana sonó el teléfono en la casa y a partir de ahí todo cambió para ella y sus cuatro hijas. “Una amiga me contó que había visto a mi marido con otra mujer en un viaje. Mi primera reacción fue no creerlo. Dos días después él se fue de la casa”.
Aunque han transcurrido siete años y Paula cree que el dolor está superado, es inevitable que al revivir esos momentos muestre en su cara cierta tristeza, en especial al recordar el sufrimiento de sus hijas: “Cuando mi marido tomó la maleta y se fue, mis cuatro hijas, entonces de
Con la perspectiva que da el tiempo transcurrido, y rodeada de sus hijas ahora adolescentes, Paula recuerda momentos muy duros: “Al principio pasábamos los fines de semana solas en la casa, con una gran angustia. Yo lloraba mucho encerrada en el baño. Ahora veo que en ese momento uno tiende a perder el norte, yo transmitía odio y rabia contra mi marido a mis hijas, lo que empeoraba la situación. Después comprendí que esto no era bueno para nadie”.
“Mis hijas tenían mucha rabia, pero no nos hicimos las tontas frente al dolor: conversábamos, llorábamos y hasta peleábamos. A los cuatro meses de la separación me caí en el baño y tuve un preinfarto. Me di cuenta de que tenía que sacar el barco adelante”, afirma Paula. “Hablé con mis hijas y les dije que todas teníamos dolor y rabia, pero que aquí lo importante era remar y mantenernos juntas. Esto significaba lavar la loza juntas, ordenar, tener la casa bonita. Me esforcé por imprimir mucho cuento a la cosa hogareña, me preocupé de tener bonitas cortinas, puse calefacción, quise crear un ambiente agradable, que quisieran convidar a sus amigos. Comencé a buscar la excusa para sentarnos en la mesa y crear ambiente de familia. Les decía: ¿hagamos queque, niñitas?
Es verdad que al principio me costaba mucho levantarme, pero sentía que si yo me derrumbaba, esto se deshacía. Tuve claro que tenía que estar en la casa a pesar de que soy banquetera y trabajo”.
“La relación que establecí con mis hijas fue individual porque cada una reaccionó distinto. Una no dormía y me vigilaba para ver a dónde iba. Pensaba que si uno se había ido, se podía ir el otro. No comprendían que su papá las hubiera abandonado porque él era un buen papá y hasta el día de hoy lo sigue siendo. Otra no toleraba el tema, fue la que menos explicaciones me pidió y llegó a bajar siete kilos. El argumento de su papá -me enamoré- no lo aceptaba”.
“Las ha ayudado mucho el que su papá se haya portado muy bien con ellas, también en lo económico, y que siga presente en la familia. Viene mucho a verlas y se preocupa de ellas. Yo les digo que él no es malo, sino que cometió un error, y que sigue siendo su papá“.
“El sufrimiento que vivieron mis hijas es algo que me cuesta perdonar, creo que han superado el trauma, pero algo les queda. Una dice no creer en el matrimonio”.
“Ahora, después de los años, puedo decir que soy feliz. Mi objetivo ha sido educar a mis hijas, que sean buenas personas, que estén contentas y sé que lo he conseguido. Tengo claro que ellas son mi prioridad y no he buscado rehacer mi vida con otra persona”.
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