Cuidar el matrimonio


¿Qué es el matrimonio?

El matrimonio es un vínculo fundado en el amor, que exige cuidarlo, cultivarlo y defenderlo día a día, con el esfuerzo de cada uno.

A lo largo de mi vida profesional como Abogado especializado en Derecho de Familia, Derecho Matrimonial y Herencias y, como Abogado del Tribunal de la Rota de España, especializado en Nulidades Matrimoniales me he encontrado con muchos que me han dicho: “para mí el matrimonio es algo muy difícil”; alguna vez, alguien más desesperado me ha llegado a decir: “para mí el matrimonio es un infierno”. Una vez, un señor muy religioso me dijo: “para mí el matrimonio es el Sacramento de la alegría” y, después, me aclaró que había sufrido dificultades económicas hasta no tener más que 1.000 pesetas, y que uno de sus hijos pequeños era un niño con síndrome de Down; pero que él lo había experimentado: que el Matrimonio es el Sacramento de la alegría. Una vez una amiga mía, Abogado como yo; y que, como yo, hizo los cursos del Tribunal de la Rota que duran tres años, a la salida de clase me dijo “para mí el matrimonio es lo más importante que tengo entre manos”.

COSAS QUE OCUPAN SU LUGAR Y DIFICULTAN LA BUENA RELACIÓN ENTRE LOS DOS

EL TRABAJO Y EL MARIDO
El marido, y ahora también a veces la mujer, muy preocupado por conseguir ingresos para sacar a los suyos adelante, hace que el trabajo sea lo más importante de su día y... ¡va en perjuicio de la relación con su mujer! Y, ... el amor que no se cuida se va enfriando. Si, a esto, se añade, que volver a casa es asumir obligaciones costosas: atender a los niños, trabajar en la casa, hay lloros, gritos y peleas. ¡Hay que estar alerta porque el amor se enfría y la buena disposición va desapareciendo!
Hay que hacer del hogar algo agradable; y si, primero hay que cumplir obligaciones que no gustan, luego tienen que venir ratos entrañables, agradables, que hagan que valga la pena volver al hogar: estar los dos juntos, a solas, conversar, compartir, agradar,.... El hogar debe ser algo agradable, entrañable, donde uno se rehace descansando y entregándose.
Yo a él le diría: “pon las cosas en su sitio. SI NO ES POR ELLOS NO VALE LA PENA TANTO ESFUERZO, TANTO SACRIFICIO...”. Y el que “sea por ellos” es darles lo que, de verdad, ella y ellos están necesitando que, a veces, puede ser tu dinero, el que tú ganas con tanto esfuerzo; pero, otras veces, será tu tiempo y tu dedicación a ellos, aunque aportes menos dinero.
El trabajo no puede impedir la vida de familia, la dedicación al hogar, la atención al otro u otra y a los hijos.
El trabajo no puede ser lo más importante ni de la vida, ni del día, aunque sea de enorme importancia.
Si compartimos la vida también, de algún modo, hay que compartir el trabajo: acompañando, cuando sea posible, a una comida, a un viaje, comentando las incidencias de la jornada, compartiendo amigos.
Recuerdo un compañero y una compañera que, después de una jornada laboral de 7 u 8 horas, continuaban juntos porque se iban a jugar al tenis. Era fácil entrever que ni el matrimonio de él ni el de ella iban bien y que, muy posiblemente, iban a acabar peor.
A nuestro trabajo profesional dedicamos muchas horas cada día; y, durante esas horas, lo mismo que puede haber roces también puede haber lazos de unión. ¡El trabajo hay que ponerlo en su sitio!

LA MUJER Y LOS HIJOS:
La mujer puede volcarse en algo tan natural como son los hijos y descuidar la atención de su marido y, poco a poco, se descuidan detalles que son totalmente necesarios para que el amor entre los dos esté vivo. Yo podría decir que, para un hombre, lo más importante no es el trabajo, sino su mujer; y, para una esposa, lo más importante, no son los hijos, es el marido; y, para los dos juntos, marido y mujer, lo más importante son los hijos. Si esto no se vive bien, habrá problemas...
A veces es necesario estar solos algún rato, unos días, ... Medios hay para que los hijos puedan estar atendidos.
Estar los dos solos puede ser una maravilla, puede dar un poco de miedo porque no se sepa de que hablar, como va a resultar, ...
Que el marido y la mujer estén unidos es lo que más puede beneficiar a los hijos.

MUY BIEN ATENDER A LOS HIJOS; PERO, ADEMÁS DE CUIDAR A LOS HIJOS, HAY QUE CULTIVAR EL AMOR.
HAY QUE HACER DE LA CASA ALGO AGRADABLE PARA LOS DOS:


VICIOS QUE NO SE HAN ARREGLADO DE NOVIOS:
Me he encontrado con “patologías del matrimonio”. A una chica joven, guapa, casada, con varios hijos pequeños, su marido alcohólico le llegó a decir: “lo primero en mi vida no eres tú, es la botella”. Esta mujer puede tener una causa para que su matrimonio se declare nulo por el Tribunal de la Iglesia: se declara que ha resultado probado que ese matrimonio nunca ha existido. ¿Por qué?. Porque, si cuando se casaron él ya era alcohólico, el esposo puede haber prestado un consentimiento matrimonial nulo por ser, en el momento de la prestación del consentimiento matrimonial, incapaz para asumir las obligaciones esenciales del matrimonio por causas de naturaleza psíquica.
Por eso, yo diría: cásate, pero conociendo bien al otro; y, no te engañes – si hay problemas importantes en el otro o en la otra- diciendo “el amor y el matrimonio lo curará”, “yo lo resolveré.”. Porque no es así, los problemas serios hay que arreglarlos antes de la boda.

NO TE ENGAÑES: EL MATRIMONIO NO CURA (el alcoholismo, por ejemplo). HAY QUE IR CURADO AL MATRIMONIO.

Con esto no quiero decir, desde luego, que para casarse haya que hacerlo con alguien sin ningún defecto porque entonces no podríamos casarnos con ningún ser humano. Pero, una cosa son los defectos (que es mejor conocerlos ya de novios) y, otra distinta, son las INCAPACIDADES PARA EL MATRIMONIO.

El noviazgo no es sólo para pasárselo muy bien con el otro, o con la otra, para ir de “copeos”; sino, sobre todo, para conocer muy bien al otro, o a la otra: ES FUNDAMENTAL HABLAR A FONDO DE LOS TEMAS IMPORTANTES DE LA VIDA, de la vida futura, de la vida presente y no tener miedo a conocer la vida pasada del otro, o de la otra. No dar lugar a.. ¡luego vienen las sorpresas!



LOS PARIENTES POLÍTICOS:
No sé sabe por qué pero, muchas veces, la mujer casada tira más para su familia que su marido para la suya. Me refiero a los padres y hermanos de uno y de otro.
A veces ese “tirar hacía...” es ayudar más a sus propios padres que a sus suegros. Tengo experimentado que la mujer que, siendo abnegada, sabe ayudar a sus suegros cuando es necesario, después, esa ayuda revierte en su propio beneficio, porque la imagen que tiene el marido de su mujer crece enormemente y les une a los dos mucho más que antes. La mujer, que es intuitiva por naturaleza, debe descubrir esa necesidad de ayudar sin que haya que pedírsela...
También he visto casos en que el marido está “muy pegado” a la familia de su mujer porque ella “ha tirado para ellos” y porque así han ido desarrollándose las cosas. Falta equilibrio en las relaciones con los padres de uno y otra: más con los padres de ella, que con los padres de él. Y, luego, esas buenas relaciones se acaban, y ya no son tan buenas como antes.
Yo te diría ¡busca el equilibrio en el trato, en los regalos, en la ayuda...!.

SI TÚ ERES UNA SOLA CARNE CON ÉL, LOS PARIENTES DE ÉL SON TAMBIÉN LOS TUYOS. ¡No lo olvides!

Hay matrimonios que, una parte del fracaso, hay que atribuirlo a que “los parientes” se han metido más de lo debido. Hay que dejar que los hijos vivan su matrimonio; los padres ... que vivan el suyo
También, en mi despacho profesional y en Procedimientos de Nulidad Matrimonial, he tenido el caso contrario: el marido que no ve, ni decide, si no es por los ojos de su madre. Siempre han sido casos de una “madre hiperprotectora” que ha impedido el desarrollo adecuado de la personalidad del hijo. Han sido casos, de tal inmadurez en el hijo, que el matrimonio se ha declarado nulo por el Tribunal de la Iglesia, es decir, que nunca ha existido ya porque el esposo tenía “falta de discreción de juicio acerca de los derechos y deberes esenciales del matrimonio”, o porque era “incapacidad para asumir las obligaciones esenciales del matrimonio por causas de naturaleza psíquica”. Y, antes de la Sentencia del Tribunal Eclesiástico, el esposo ha pasado por una prueba pericial psiquiátrica que ha hecho un dictamen claro sobre el trastorno de la personalidad del marido.



HAY QUE GUARDAR LA AFECTIVIDAD:
Antes, en la realidad o en las películas, era el marido el que era infiel y tenía, con carácter esporádico o permanente, una amante. Este peligro sigue en pie y yo le diría a ella: acompaña a tu marido, siempre que puedas, a los viajes, a las cenas. Que, si alguien le recoge a la salida del trabajo seas tú y no la otra...

Hay que no dar lugar a lo que no debe entrar. Hay que cortar cuando, al principio, se puede cortar; sin dar lugar a lo que no debe llegar. Qué fácil es quedar para comer rápido porque no me da tiempo a ir a casa, quedar para tomar una copa porque el trabajo ha sido agotador, quedar.... y luego que fácil es liarse. Más fácil aún si en mi matrimonio, ahora ó hace tiempo, no encuentro lo que yo desearía.

Te recuerdo: TU MATRIMONIO ES LO MÁS IMPORTANTE QUE TIENES ENTRE MANOS.

¿QUÉ ES EL MATRIMONIO?
El Matrimonio es un VÍNCULO. Ese vínculo se contrae voluntariamente; pero, una vez que nace, ese vínculo es ya para siempre: “hasta que la muerte nos separe”. Ese vínculo, para que no sea una atadura insostenible y que ahoga, tiene que estar fundado en el Amor. Y el Amor exige cuidarlo, cultivarlo, defenderlo, aumentarlo día a día, con un esfuerzo, de cada uno, que nadie puede hacer por otro.


[Por Rosa Corazón, abogada matrimonialista y abogada del Tribunal de la Rota.]

Convivir en el matrimonio. El arte de perdonar


Conferencia pronunciada el sábado 22 de abril de 2007 en el Instituto de Estudios Superiores de la Familia (IESF) de la Universitat Internacional de Catalunya.

El arte de convivir está estrechamente relacionado con la capacidad de pedir perdón y de perdonar. Todos somos débiles y caemos con frecuencia. Tenemos que ayudarnos mutuamente a levantarnos siempre de nuevo. Lo conseguimos, muchas veces, a través del perdón.

UNA REFLEXIÓN PREVIA

Cuando hablamos del auténtico perdón, nos movemos en un terreno profundo. Consideramos una herida en el corazón, causada por la libre actuación de otro. Todos sufrimos, de vez en cuando, injusticias, humillaciones y rechazos; algunos tienen que soportar diariamente torturas, no sólo en una cárcel, sino también en un puesto de trabajo o en la propia familia. Es cierto que nadie puede hacernos tanto daño como los que debieran amarnos. "El único dolor que destruye más que el hierro es la injusticia que procede de nuestros familiares," dicen los árabes.

No sólo existe la ruptura tajante de las relaciones humanas. Hay muchas formas distintas de infidelidad y corrupción. El amor se puede enfriar por el desgaste diario, por desatención y estrés, puede desaparecer oculta y silenciosamente. Hasta matrimonios aparentemente muy unidos pueden sufrir "divorcios interiores": viven exteriormente juntos, sin estar unidos interiormente, en la mente y en el corazón; conviven soportándose.

Frente a las heridas que podamos recibir en el trato con los demás, es posible reaccionar de formas diferentes. Podemos pegar a los que nos han pegado, o hablar mal de los que han hablado mal de nosotros. Es una pena gastar las energías en enfados, recelos, rencores, o desesperación; y quizá es más triste aún cuando una persona se endurece para no sufrir más. Sólo en el perdón brota nueva vida.

El perdón consiste en renunciar a la venganza y querer, a pesar de todo, lo mejor para el otro. La tradición cristiana nos ofrece testimonios impresionantes de esta actitud. No sólo tenemos el ejemplo famoso de San Esteban, el primer mártir, que murió rezando por los que le apedreaban. En nuestros días hay también muchos ejemplos. En 1994 un monje trapense llamado Christian fue matado en Argelia junto a otros monjes que habían permanecido en su monasterio, pese a estar situado en una región peligrosa. Christian dejó una carta a su familia para que la leyeran después de su muerte. En ella daba gracias a todos los que había conocido y señalaba: "En este gracias por supuesto os incluyo a vosotros, amigos de ayer y de hoy... Y también a ti, amigo de última hora, que no habrás sabido lo que hiciste. Sí, también por ti digo ese gracias y ese adiós cara a cara contigo. Que se nos conceda volvernos a ver, ladrones felices, en el paraíso, si le place a Dios nuestro Padre" (1).

Pensamos, quizá, que estos son casos límites, reservados para algunos héroes; son ideales bellos, más admirables que imitables, que se encuentran muy lejos de nuestras experiencias personales. ¿Puede una madre perdonar jamás al asesino de su hijo? Podemos perdonar, por lo menos, a una persona que nos ha dejado completamente en ridículo ante los demás, que nos ha quitado la libertad o la dignidad, que nos ha engañado, difamado o destruido algo que para nosotros era muy importante? Éstas son algunas de las situaciones existenciales en las que conviene plantearse la cuestión.

I. ¿QUÉ QUIERE DECIR "PERDONAR"?

¿Qué es el perdón? ¿Qué hago cuando digo a una persona: "Te perdono"? Es evidente que reacciono ante un mal que alguien me ha hecho; actúo, además, con libertad; no olvido simplemente la injusticia, sino que rechazo la venganza y los rencores, y me dispongo a ver al agresor como una persona digna de compasión. Vamos a considerar estos diversos elementos con más detenimiento.

1. Reaccionar ante un mal

En primer lugar, ha de tratarse realmente de un mal para el conjunto de mi vida. Si un cirujano me quita un brazo que está peligrosamente infectado, puedo sentir dolor y tristeza, incluso puedo montar en cólera contra el médico. Pero no tengo que perdonarle nada, porque me ha hecho un gran bien: me ha salvado la vida. Situaciones semejantes pueden darse en la educación. No todo lo que parece mal a un niño es nocivo para él, ni mucho menos. Los buenos padres no conceden a sus hijos todos los caprichos que ellos piden; los forman en la fortaleza. Una maestra me dijo en una ocasión: "No me importa lo que mis alumnos piensan hoy sobre mí. Lo importante es lo que piensen dentro de treinta años." El perdón sólo tiene sentido, cuando alguien ha recibido un daño objetivo de otro.

Por otro lado, perdonar no consiste, de ninguna manera, en no querer ver este daño, en colorearlo o disimularlo. Algunos pasan de largo las injurias con las que les tratan sus colegas o sus cónyuges, porque intentan eludir todo conflicto; buscan la paz a cualquier precio y pretenden vivir continuamente en un ambiente armonioso. Parece que todo les diera lo mismo. "No importa" si los otros no les dicen la verdad; "no importa" cuando los utilizan como meros objetos para conseguir unos fines egoístas; "no importan" tampoco el fraude o el adulterio. Esta actitud es peligrosa, porque puede llevar a una completa ceguera ante los valores. La indignación e incluso la ira son reacciones normales y hasta necesarias en ciertas situaciones. Quien perdona, no cierra los ojos ante el mal; no niega que existe objetivamente una injusticia. Si lo negara, no tendría nada que perdonar (2).

Si uno se acostumbra a callarlo todo, tal vez pueda gozar durante un tiempo de una aparente paz; pero pagará finalmente un precio muy alto por ella, pues renuncia a la libertad de ser él mismo. Esconde y sepulta sus frustraciones en lo más profundo de su corazón, detrás de una muralla gruesa, que levanta para protegerse. Y ni siquiera se da cuenta de su falta de autenticidad. Es normal que una injusticia nos duela y deje una herida. Si no queremos verla, no podemos sanarla. Entonces estamos permanentemente huyendo de la propia intimidad (es decir, de nosotros mismos); y el dolor nos carcome lenta e irremediablemente. Algunos realizan un viaje alrededor del mundo, otros se mudan de ciudad. Pero no pueden huir del sufrimiento. Todo dolor negado retorna por la puerta trasera, permanece largo tiempo como una experiencia traumática y puede ser la causa de heridas perdurables. Un dolor oculto puede conducir, en ciertos casos, a que una persona se vuelva agria, obsesiva, medrosa, nerviosa o insensible, o que rechace la amistad, o que tenga pesadillas. Sin que uno lo quiera, tarde o temprano, reaparecen los recuerdos. Al final, muchos se dan cuenta de que tal vez, habría sido mejor, hacer frente directa y conscientemente a la experiencia del dolor. Afrontar un sufrimiento de manera adecuada es la clave para conseguir la paz interior.

2. Actuar con libertad

El acto de perdonar es un asunto libre. Es la única reacción que no re-actúa simplemente, según el conocido principio "ojo por ojo, diente por diente" (3). El odio provoca la violencia, y la violencia justifica el odio. Cuando perdono, pongo fin a este círculo vicioso; impido que la reacción en cadena siga su curso. Entonces libero al otro, que ya no está sujeto al proceso iniciado. Pero, en primer lugar, me libero a mí mismo. Estoy dispuesto a desatarme de los enfados y rencores. No estoy "re-accionando", de modo automático, sino que pongo un nuevo comienzo, también en mí.

Superar las ofensas, es una tarea sumamente importante, porque el odio y la venganza envenenan la vida. El filósofo Max Scheler afirma que una persona resentida se intoxica a sí misma (4). El otro le ha herido; de ahí no se mueve. Ahí se recluye, se instala y se encapsula. Queda atrapada en el pasado. Da pábulo a su rencor con repeticiones y más repeticiones del mismo acontecimiento. De este modo arruina su vida.

Los resentimientos hacen que las heridas se infecten en nuestro interior y ejerzan su influjo pesado y devastador, creando una especie de malestar y de insatisfacción generales. En consecuencia, uno no se siente a gusto en su propia piel. Pero, si no se encuentra a gusto consigo mismo, entonces no se encuentra a gusto en ningún lugar. Los recuerdos amargos pueden encender siempre de nuevo la cólera y la tristeza, pueden llevar a depresiones. Un refrán chino dice: "El que busca venganza debe cavar dos fosas."

En su libro Mi primera amiga blanca, una periodista norteamericana de color describe cómo la opresión que su pueblo había sufrido en Estados Unidos le llevó en su juventud a odiar a los blancos, "porque han linchado y mentido, nos han cogido prisioneros, envenenado y eliminado" (5). La autora confiesa que, después de algún tiempo, llegó a reconocer que su odio, por muy comprensible que fuera, estaba destruyendo su identidad y su dignidad. Le cegaba, por ejemplo, ante los gestos de amistad que una chica blanca le mostraba en el colegio. Poco a poco descubrió que, en vez de esperar que los blancos pidieran perdón por sus injusticias, ella tenía que pedir perdón por su propio odio y por su incapacidad de mirar a un blanco como a una persona, en vez de hacerlo como a un miembro de una raza de opresores. Encontró el enemigo en su propio interior, formado por los prejuicios y rencores que le impedían ser feliz.

Las heridas no curadas pueden reducir enormemente nuestra libertad. Pueden dar origen a reacciones desproporcionadas y violentas, que nos sorprendan a nosotros mismos. Una persona herida, hiere a los demás. Y, como muchas veces oculta su corazón detrás de una coraza, puede parecer dura, inaccesible e intratable. En realidad, no es así. Sólo necesita defenderse. Parece dura, pero es insegura; está atormentada por malas experiencias.

Hace falta descubrir las llagas para poder limpiarlas y curarlas. Poner orden en el propio interior, puede ser un paso para hacer posible el perdón. Pero este paso es sumamente difícil y, en ocasiones, no conseguimos darlo. Podemos renunciar a la venganza, pero no al dolor. Aquí se ve claramente que el perdón, aunque está estrechamente unido a vivencias afectivas, no es un sentimiento. Es un acto de la voluntad que no se reduce a nuestro estado psíquico (6). Se puede perdonar llorando.

Cuando una persona ha realizado este acto eminentemente libre, el sufrimiento pierde ordinariamente su amargura, y puede ser que desaparezca con el tiempo. "Las heridas se cambian en perlas," dice Santa Hildegarda de Bingen.

3. Recordar el pasado

Es una ley natural que el tiempo "cura" algunas llagas. No las cierra de verdad, pero las hace olvidar. Algunos hablan de la "caducidad de nuestras emociones" (7). Llegará un momento en que una persona no pueda llorar más, ni sentirse ya herida. Esto no es una señal de que haya perdonado a su agresor, sino que tiene ciertas "ganas de vivir". Un determinado estado psíquico –por intenso que sea– de ordinario no puede convertirse en permanente. A este estado sigue un lento proceso de desprendimiento, pues la vida continúa. No podemos quedarnos siempre ahí, como pegados al pasado, perpetuando en nosotros el daño sufrido. Si permanecemos en el dolor, bloqueamos el ritmo de la naturaleza.

La memoria puede ser un cultivo de frustraciones. La capacidad de desatarse y de olvidar, por tanto, es importante para el ser humano, pero no tiene nada que ver con la actitud de perdonar. Ésta no consiste simplemente en "borrón y cuenta nueva". Exige recuperar la verdad de la ofensa y de la justicia, que muchas veces pretende camuflarse o distorsionarse. El mal hecho debe ser reconocido y, en lo posible, reparado.

Hace falta "purificar la memoria". Una memoria sana puede convertirse en maestra de vida. Si vivo en paz con mi pasado, puedo aprender mucho de los acontecimientos que he vivido. Recuerdo las injusticias pasadas para que no se repitan, y las recuerdo como perdonadas.

4. Renunciar a la venganza

Como el perdón expresa nuestra libertad, también es posible negar al otro este don. El judío Simon Wiesenthal cuenta en uno de sus libros de sus experiencias en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Un día, una enfermera se acercó a él y le pidió seguirle. Le llevó a una habitación donde se encontraba un joven oficial de la SS que estaba muriéndose. Este oficial contó su vida al preso judío: habló de su familia, de su formación, y cómo llegó a ser un colaborador de Hitler. Le pesaba sobre todo un crímen en el que había participado: en una ocasión, los soldados a su mando habían encerrado a 300 judíos en una casa, y habían quemado la casa; todos murieron. "Sé que es horrible –dijo el oficial-. Durante las largas noches, en las que estoy esperando mi muerte, siento la gran urgencia de hablar con un judío sobre esto y pedirle perdón de todo corazón." Wiesenthal concluye su relato diciendo: "De pronto comprendí, y sin decir ni una sola palabra, salí de la habitación" (8). Otro judío añade: "No, no he perdonado a ninguno de los culpables, ni estoy dispuesto ahora ni nunca a perdonar a ninguno" (9).

Perdonar significa renunciar a la venganza y al odio. Existen, por otro lado, personas que no se sienten nunca heridas. No es que no quieran ver el mal y repriman el dolor, sino todo lo contrario: perciben las injusticias objetivamente, con suma claridad, pero no dejan que ellas les molesten. "Aunque nos maten, no pueden hacernos ningún daño," es uno de sus lemas (10). Han logrado un férreo dominio de sí mismos, parecen de una ironía insensible. Se sienten superiores a los demás hombres y mantienen interiormente una distancia tan grande hacia ellos que nadie puede tocar su corazón. Como nada les afecta, no reprochan nada a sus opresores. ¿Qué le importa a la luna que un perro le ladre? Es la actitud de los estoicos y quizá también de algunos "gurus" asiáticos que viven solitarios en su "magnanimidad". No se dignan mirar siquiera a quienes "absuelven" sin ningún esfuerzo. No perciben la existencia del "pulgón".

El problema consiste en que, en este caso, no hay ninguna relación interpersonal. No se quiere sufrir y, por tanto, se renuncia al amor. Una persona que ama, siempre se hace pequeña y vulnerable. Se encuentra cerca a los demás. Es más humano amar y sufrir mucho a lo largo de la vida, que adoptar una actitud distante y superior a los otros. Cuando a alguien nunca le duele la actuación de otro, es superfluo el perdón. Falta la ofensa, y falta el ofendido.

5. Mirar al agresor en su dignidad personal

El perdón comienza cuando, gracias a una fuerza nueva, una persona rechaza todo tipo de venganza. No habla de los demás desde sus experiencias dolorosas, evita juzgarlos y desvalorizarlos, y está dispuesta a escucharles con un corazón abierto.

El secreto consiste en no identificar al agresor con su obra (11). Todo ser humano es más grande que su culpa. Un ejemplo elocuente nos da Albert Camus, que se dirige en una carta pública a los nazis y habla de los crímenes cometidos en Francia: "Y a pesar de ustedes, les seguiré llamando hombres… Nos esforzamos en respetar en ustedes lo que ustedes no respetaban en los demás" (12). Cada persona está por encima de sus peores errores.

Hace pensar una anécdota que se cuenta de un general del siglo XIX. Cuando éste se encontraba en su lecho de muerte, un sacerdote le preguntó si perdonaba a sus enemigos. "No es posible –respondió el general-. Les he mandado ejecutar a todos" (13).

El perdón del que hablamos aquí no consiste en saldar un castigo, sino que es, ante todo, una actitud interior. Significa vivir en paz con los recuerdos y no perder el aprecio a ninguna persona. Se puede considerar también a un difunto en su dignidad personal. Nadie está totalmente corrompido; en cada uno brilla una luz.

Al perdonar, decimos a alguien: "No, tú no eres así. ¡Sé quien eres! En realidad eres mucho mejor". Queremos todo el bien posible para el otro, su pleno desarrollo, su dicha profunda, y nos esforzamos por quererlo desde el fondo del corazón, con gran sinceridad.

II. ¿QUÉ ACTITUDES NOS DISPONEN A PERDONAR?

Después de aclarar, en grandes líneas, en qué consiste el perdón, vamos a considerar algunas actitudes que nos disponen a realizar este acto que nos libera a nosotros y también libera a los demás.

1. Amor

Perdonar es amar intensamente. El verbo latín per-donare lo expresa con mucha claridad: el prefijo per intensifica el verbo que acompaña, donare. Es dar abundantemente, entregarse hasta el extremo. El poeta Werner Bergengruen ha dicho que el amor se prueba en la fidelidad, y se completa en el perdón.

Sin embargo, cuando alguien nos ha ofendido gravemente, el amor apenas es posible. Es necesario, en un primer paso, separarnos de algún modo del agresor, aunque sea sólo interiormente. Mientras el cuchillo está en la herida, la herida nunca se cerrará. Hace falta retirar el cuchillo, adquirir distancia del otro; sólo entonces podemos ver su rostro. Un cierto desprendimiento es condición previa para poder perdonar de todo corazón, y dar al otro el amor que necesita.

Una persona sólo puede vivir y desarrollarse sanamente, cuando es aceptada tal como es, cuando alguien la quiere verdaderamente, y le dice: "Es bueno que existas" (14). Hace falta no sólo "estar aquí", en la tierra, sino que hace falta la confirmación en el ser para sentirse a gusto en el mundo, para que sea posible adquirir una cierta estimación propia y ser capaz de relacionarse con otros en amistad. En este sentido se ha dicho que el amor continúa y perfecciona la obra de la creación (15).

Amar a una persona quiere decir hacerle consciente de su propio valor, de su propia belleza. Una persona amada es una persona aprobada, que puede responder al otro con toda verdad: "Te necesito para ser yo mismo."

Si no perdono al otro, de alguna manera le quito el espacio para vivir y desarrollarse sanamente. Éste se aleja, en consecuencia, cada vez más de su ideal y de su autorrealización. En otras palabras, le mato, en sentido espiritual. Se puede matar, realmente, a una persona con palabras injustas y duras, con pensamientos malos o, sencillamente, negando el perdón. El otro puede ponerse entonces triste, pasivo y amargo. Kierkegaard habla de la "desesperación de aquel que, desesperadamente, quiere ser él mismo", y no llega a serlo, porque los otros lo impiden (16).

Cuando, en cambio, concedemos el perdón, ayudamos al otro a volver a la propia identidad, a vivir con una nueva libertad y con una felicidad más honda.

2. Comprensión

Es preciso comprender que cada uno necesita más amor que "merece"; cada uno es más vulnerable de lo que parece; y todos somos débiles y podemos cansarnos. Perdonar es tener la firme convicción de que en cada persona, detrás de todo el mal, hay un ser humano vulnerable y capaz de cambiar. Significa creer en la posibilidad de transformación y de evolución de los demás.

Si una persona no perdona, puede ser que tome a los demás demasiado en serio, que exija demasiado de ellos. Pero "tomar a un hombre perfectamente en serio, significa destruirle," advierte el filósofo Robert Spaemann (17). Todos somos débiles y fallamos con frecuencia. Y, muchas veces, no somos conscientes de las consecuencias de nuestros actos: "no sabemos lo que hacemos" (18). Cuando, por ejemplo, una persona está enfadada, grita cosas que, en el fondo, no piensa ni quiere decir. Si la tomo completamente en serio, cada minuto del día, y me pongo a "analizar" lo que ha dicho cuando estaba rabiosa, puedo causar conflictos sin fin. Si lleváramos la cuenta de todos los fallos de una persona, acabaríamos transformando en un monstruo, hasta al ser más encantador.

Tenemos que creer en las capacidades del otro y dárselo a entender. A veces, impresiona ver cuánto puede transformarse una persona, si se le da confianza; cómo cambia, si se le trata según la idea perfeccionada que se tiene de ella. Hay muchas personas que saben animar a los otros a ser mejores. Les comunican la seguridad de que hay mucho bueno y bello dentro de ellos, a pesar de todos sus errores y caídas. Actúan según lo que dice la sabiduría popular: "Si quieres que el otro sea bueno, trátale como si ya lo fuese."

3. Generosidad

Perdonar exige un corazón misericordioso y generoso. Significa ir más allá de la justicia. Hay situaciones tan complejas en las que la mera justicia es imposible. Si se ha robado, se devuelve; si se ha roto, se arregla o sustituye. ¿Pero si alguien pierde un órgano, un familiar o un buen amigo? Es imposible restituirlo con la justicia. Precisamente ahí, donde el castigo no cubre nunca la pérdida, es donde tiene espacio el perdón.

El perdón no anula el derecho, pero lo excede infinitamente. A veces, no hay soluciones en el mundo exterior. Pero, al menos, se puede mitigar el daño interior, con cariño, aliento y consuelo. "Convenceos que únicamente con la justicia no resolveréis nunca los grandes problemas de la humanidad -afirma San Josemaría Escrivá... La caridad ha de ir dentro y al lado, porque lo dulcifica todo" (19). Y Santo Tomás resume escuetamente: "La justicia sin la misericordia es crueldad" (20).

El perdón trata de vencer el mal por la abundancia del bien (21). Es por naturaleza incondicional, ya que es un don gratuito del amor, un don siempre inmerecido. Esto significa que el que perdona no exige nada a su agresor, ni siquiera que le duela lo que ha hecho. Antes, mucho antes que el agresor busca la reconciliación, el que ama ya le ha perdonado.

El arrepentimiento del otro no es una condición necesaria para el perdón, aunque sí es conveniente. Es, ciertamente, mucho más fácil perdonar cuando el otro pide perdón. Pero a veces hace falta comprender que en los que obran mal hay bloqueos, que les impiden admitir su culpabilidad.

Hay un modo "impuro" de perdonar (22) cuando se hace con cálculos, especulaciones y metas: "Te perdono para que te des cuenta de la barbaridad que has hecho; te perdono para que mejores." Pueden ser fines educativos loables, pero en este caso no se trata del perdón verdadero que se concede sin ninguna condición, al igual que el amor auténtico: "Te perdono porque te quiero –a pesar de todo."

Puedo perdonar al otro incluso sin dárselo a entender, en el caso de que no entendería nada. Es un regalo que le hago, aunque no se entera, o aunque no sabe por qué.

4. Humildad

Hace falta prudencia y delicadeza para ver cómo mostrar al otro el perdón. En ocasiones, no es aconsejable hacerlo enseguida, cuando la otra persona está todavía agitada. Puede parecerle como una venganza sublime, puede humillarla y enfadarla aún más. En efecto, la oferta de la reconciliación puede tener carácter de una acusación. Puede ocultar una actitud farisaica: quiero demostrar que tengo razón y que soy generoso. Lo que impide entonces llegar a la paz, no es la obstinación del otro, sino mi propia arrogancia.

Por otro lado, es siempre un riesgo ofrecer el perdón, pues este gesto no asegura su recepción y puede molestar al agresor en cualquier momento. "Cuando uno perdona, se abandona al otro, a su poder, se expone a lo que imprevisiblemente puede hacer y se le da libertad de ofender y herir (de nuevo)" (23). Aquí se ve que hace falta humildad para buscar la reconciliación.

Cuando se den las circunstancias -quizá después de un largo tiempo- conviene tener una conversación con el otro. En ella se pueden dar a conocer los propios motivos y razones, el propio punto de vista; y se debe escuchar atentamente los argumentos del otro. Es importante escuchar hasta el final, y esforzarse por captar también las palabras que el otro no dice. De vez en cuando es necesario "cambiar la silla", al menos mentalmente, y tratar de ver el mundo desde la perspectiva del otro.

El perdón es un acto de fuerza interior, pero no de voluntad de poder. Es humilde y respetuoso con el otro. No quiere dominar o humillarle. Para que sea verdadero y "puro", la víctima debe evitar hasta la menor señal de una "superioridad moral" que, en principio, no existe; al menos no somos nosotros los que podemos ni debemos juzgar acerca de lo que se esconde en el corazón de los otros. Hay que evitar que en las conversaciones se acuse al agresor siempre de nuevo. Quien demuestra la propia irreprochabilidad, no ofrece realmente el perdón. Enfurecerse por la culpa de otro puede conducir con gran facilidad a la represión de la culpa de uno mismo. Debemos perdonar como pecadores que somos, no como justos, por lo que el perdón es más para compartir que para conceder.

Todos necesitamos el perdón, porque todos hacemos daño a los demás, aunque algunas veces quizá no nos demos cuenta. Necesitamos el perdón para deshacer los nudos del pasado y comenzar de nuevo. Es importante que cada uno reconozca la propia flaqueza, los propios fallos -que, a lo mejor, han llevado al otro a un comportamiento desviado-, y no dude en pedir, a su vez, perdón al otro.

5. Abrirse a la gracia de Dios

No podemos negar que la exigencia del perdón llega en ciertos casos al límite de nuestras fuerzas. ¿Se puede perdonar cuando el opresor no se arrepiente en absoluto, sino que incluso insulta a su víctima y cree haber obrado correctamente? Quizá nunca será posible perdonar de todo corazón, al menos si contamos sólo con nuestra propia capacidad.

Pero un cristiano nunca está solo. Puede contar en cada momento con la ayuda todopoderosa de Dios y experimentar la alegría de ser amado. El mismo Dios le declara su gran amor: "No temas, que yo... te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán... Eres precioso a mis ojos, de gran estima, yo te quiero" (24).

Un cristiano puede experimentar también la alegría de ser perdonado. La verdadera culpabilidad va a la raíz de nuestro ser: afecta nuestra relación con Dios. Mientras en los Estados totalitarios, las personas que se han "desviado" -según la opinión de las autoridades- son metidas en cárceles o internadas en clínicas psiquiátricas, en el Evangelio de Jesucristo, en cambio, se les invita a una fiesta: la fiesta del perdón. Dios siempre acepta nuestro arrepentimiento y nos invita a cambiar (25). Su gracia obra una profunda transformación en nosotros: nos libera del caos interior y sana las heridas.

Siempre es Dios quien ama primero y es Dios quien perdona primero (26). Es Él quien nos da fuerzas para cumplir con este mandamiento cristiano que es, probablemente, el más difícil de todos: amar a los enemigos (27), perdonar a los que nos han hecho daño (28). Pero, en el fondo, no se trata tanto de una exigencia moral –como Dios te ha perdonado a ti, tú tienes que perdonar a los prójimos- cuanto de un imperativo existencial: si comprendes realmente lo que te ha ocurrido a ti, no puedes por menos que perdonar al otro. Si no lo haces, no sabes lo que Dios te ha dado.

El perdón forma parte de la identidad de los cristianos; su ausencia significaría, por tanto, la pérdida del carácter de cristiano. Por eso, los seguidores de Cristo de todos los siglos han mirado a su Maestro que perdonó a sus propios verdugos (29). Han sabido transformar las tragedias en victorias.

También nosotros podemos, con la gracia de Dios, encontrar el sentido de las ofensas e injusticias en la propia vida. Ninguna experiencia que adquirimos es en vano. Muy por el contrario, siempre podemos aprender algo. También cuando nos sorprende una tempestad o debemos soportar el frío o el calor. Siempre podemos aprender algo que nos ayude a comprender mejor el mundo, a los demás y a nosotros mismos. Gertrud von Le Fort dice que no sólo el claro día, sino también la noche oscura tiene sus milagros. "Hay ciertas flores que sólo florecen en el desierto; estrellas que solamente se pueden ver al borde del despoblado. Existen algunas experiencias del amor de Dios que sólo se viven cuando nos encontramos en el más completo abandono, casi al borde de la desesperación" (30).

REFLEXIÓN FINAL

Perdonar es un acto de fortaleza espiritual, un acto liberador. Es un mandamiento cristiano y además un gran alivio. Significa optar por la vida y actuar con creatividad.

Sin embargo, no parece adecuado dictar comportamientos a las víctimas. Es comprensible que una madre no pueda perdonar enseguida al asesino de su hijo. Hay que dejarle todo el tiempo que necesite para llegar al perdón. Si alguien le acusara de rencorosa o vengativa, engrandaría su herida. Santo Tomás de Aquino, el gran teólogo de la Edad Media, aconseja a quienes sufren, entre otras cosas, que no se rompan la cabeza con argumentos, ni leer, ni escribir; antes que nada, deben tomar un baño, dormir y hablar con un amigo (31). En un primer momento, generalmente no somos capaces de aceptar un gran dolor. Necesitamos tranquilizarnos; seguir el ritmo de nuestra naturaleza nos puede ayudar mucho. Sólo una persona de alma muy pequeña puede escandalizarse de ello.

Perdonar puede ser una labor interior auténtica y dura. Pero con la ayuda de buenos amigos y, sobre todo, con la ayuda de la gracia divina, es posible realizarla. "Con mi Dios, salto los muros," canta el salmista. Podemos referirlo también a los muros que están en nuestro corazón.

Si conseguimos crear una cultura del perdón, podremos construir juntos un mundo habitable, donde habrá más vitalidad y fecundidad; podremos proyectar juntos un futuro realmente nuevo. Para terminar, nos pueden ayudar unas sabias palabras: "¿Quieres ser feliz un momento? Véngate. ¿Quieres ser feliz siempre? Perdona."

Notas

(1) Ch. DE CHERGÉ, Testament spirituel (1994), en B. CHENU, L’invincible espérance, Paris 1997, p.221.

(2) Se ha destacado que la justicia, junto con la verdad, son los presupuestos del perdón. Cfr. JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz Ofrece el perdón, recibe la paz, 1-I-1997.

(3) Mt 5,38.

(4) M. SCHELER, Das Ressentiment im Aufbau der Moralen, en Vom Umsturz der Werte, Bern 51972, pp.36s.

(5) P. RAYBON, My First White Friend, New York 1996, p.4s.

(6) Cfr. D. von HILDEBRAND, Moralia, Werke IX, Regensburg 1980, p.338.

(7) A. KOLNAI, Forgiveness, en B. WILLIAMS; D. WIGGINS (eds.), Ethics, Value and Reality. Selected Papers of Aurel Kolnai, Indianapolis 1978, p.95.

(8) Cfr. S. WIESENTHAL, The Sunflower. On the Possibilities and Limits of Forgiveness, New York 1998. Sin embargo, la cuestión del perdón se presenta abierta para este autor. Cfr. IDEM, Los límites del perdón, Barcelona 1998.

(9) P. LEVI, Sí, esto es un hombre, Barcelona 1987, p.186. Cfr. IDEM, Los hundidos y los salvados, Barcelona 1995, p.117.

(10) Se suele atribuir esta frase al filósofo estoico Epicteto, que era un esclavo. Cfr. EPICTETO, Handbüchlein der Moral, ed. por H. Schmidt, Stuttgart 1984, p.31. Los mártires de todos los tiempos sabían interpretar estas palabras de un modo cristiano.

(11) El odio no se dirige a las personas, sino a las obras. Cfr. Rm 12,9. Apoc 2,6.

(12) A. CAMUS, Carta a un amigo alemán, Barcelona 1995, p.58.

(13) Cfr. M. CRESPO, Das Verzeihen. Eine philosophische Untersuchung, Heidelberg 2002, p.96.

(14) J. PIEPER, Über die Liebe, München 1972, p.38s.

(15) Cfr. ibid., p.47.

(16) S. KIERKEGAARD, Die Krankheit zum Tode, München 1976, p.99.

(17) R. SPAEMANN, Felicidad y benevolencia, Madrid 1991, p.273.

(18) Pero también existe un no querer ver, una ceguera voluntaria. Cfr. D. von HILDEBRAND, Sittlichkeit und ethische Werterkenntnis. Eine Untersuchung über ethische Strukturprobleme, Vallendar 31982, p.49.

(19) J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, n.172.

(20) TOMÁS DE AQUINO, In Matth., 5,2.

(21) Cfr. Rm 12,21.

(22) Cfr. V. JANKÉLÉVITCH, El perdón, Barcelona 1999, p.144.

(23) A. CENCINI, Vivir en paz, Bilbao 1997, p.96.

(24) Is 43,1-4.

(25) "No peques más." Jn 8,11.

(26) Nuestro perdón es una consecuencia del perdón que hemos recibido. Cfr. Mt 18,12-14. Lc 19,1-10. Ef 4,32-5,2. Col 3,13.

(27) Cfr. Mt 5,43-48. En cambio, Lev 19,18: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo."

(28) Cfr. Mt 5,23-24; 6,12. Mc 11,25. Lc 11,4.

(29) Cfr. Lc 23,34.

(30) G. von LE FORT, Unser Weg durch die Nacht, en Die Krone der Frau, Zürich 1950, pp.90s.

(31) Cfr. TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae I-II, q.22.

Somos aprendices del amor: Perdonar, el único remedio



Entrevista publicada en "Hacer Familia", Santiago, Chile. Mayo 96

Habiendo conocido muchos casos de amores malogrados, Cormac Burke opina que sólo la humildad y la capacidad de perdonar salvan el amor.

Este sacerdote irlandés, abogado, doctor en derecho canónico y juez de la Rota Romana (el tribunal que otorga las nulidades eclesiásticas) vivió veinte años entre Europa y Estados Unidos, diez en África y ahora reside en Roma. Su experiencia en humanidad se advierte no sólo por la cantidad de idiomas que habla -y que le permite conversar literalmente con "todo el mundo"- sino por el realismo con que aborda los temas relacionados con la familia.

Visitó Santiago invitado por la Universidad Católica de Chile; luego viajó a Canadá, para participar en el II Congreso Panamericano sobre Familia y Educación celebrado en Toronto.


¿Cuál es la mayor amenaza para la familia, dentro de ella misma?

El gran peligro dentro de la familia es la soberbia personal, esa gran expresión del egoísmo, que cierra el paso a la humildad. El punto crucial por tanto es la humildad para recomenzar el proceso de amar, que a su vez es la conducto de la vida. Todos somos aprendices del amor y el matrimonio es su mayor escuela, donde los esposos se casan porque se aman, pero deben saber que tendrán que luchar por mantener ese amor. Quien no reconozca esto, nunca será feliz.

¿Cómo podría "aterrizar" esta idea en el caso de las discusiones?

Decir "perdóname, estaba cansado, nervioso" y que la otra persona reconozca que también tenía parte de culpa; eso es vencer el propio orgullo, es dar la oportunidad para que se restablezca el amor.

Por su experiencia de juez en el tribunal eclesiástico, ¿cree que hay conductas que no merecen perdón?

Se debe perdonar en todo; eso es amor. Hay casos que parecen imperdonables, porque cada persona es capaz de muchas barbaridades. Por ejemplo, el hombre que comete alguna infidelidad y después la mujer es capaz de perdonarle, él por eso mismo ve que tiene una mujer realmente generosa y vuelve a amarla mucho más que antes, con más intensidad.

Usted habrá oído el dicho "perdono pero no olvido". ¿Es posible resucitar el amor?

Ese dicho confirma que todos los fracasos de la vida, de orden personal, son debidos al orgullo; al no estar dispuesto a volver a empezar, no tener ganas de reconocer el error, de pedir o dar perdón. Y aunque parezca difícil, es posible resucitar el amor. Claro que es más fácil enamorarse que mantenerse enamorado. Pero cuando se escoge a alguien como esposo (a) y el enamoramiento se convierte en amor conyugal, comprometido, definitivo, dispuesto a sacrificios, se obtienen fuerzas suficientes para recomenzar.

La culpa de parientes y amigos

¿Qué factor externo es el que más daña a las familias?

Aparte de la inmoralidad general, creo que hay una serie de presiones para dejarse llevar por el escepticismo en cuanto a la posibilidad de sacar adelante un matrimonio. Cuando viene el inevitable momento de diferencias o de riñas -a veces muy fuertes-, los parientes de los cónyuges, después los vecinos, y en último lugar los sacerdotes, tiene una gran responsabilidad en ese momento. Deben tener muchísimo cuidado. Porque pueden ser los que digan la palabra que hunda al matrimonio.

Algunos dicen: "Este es el hombre o mujer con el que me case...¿por qué seguir juntos?"

Bueno, entonces se casó calculando mal. Pensó: "¿Esta persona me hará feliz según lo que yo quiero?" Pasados los años dice: "Ah, no me está haciendo feliz como yo quería, entonces la abandono y tengo derecho a dejarla". ¡Pero eso no es un amor auténtico; no es un amor que vale para el matrimonio! El matrimonio es aceptar a la otra persona para bien o para mal, por lo tanto es incondicional, con cambios y todo. O se mantiene el concepto de amor permanente indisoluble, o no hay entrega real real nunca.

Hoy algunos afirman que el matrimonio mata la pasión

En el amor conyugal hay sexualidad y en ella debe haber pasión. Pero hay que tener claro que la pasión no es el amor; porque el amor es mucho más. Los que afirman aquello lo hacen porque totalizan el significado del apasionamiento. Y ocurre que la pasión puede ser una expresión de amor, o puede ser enemiga del amor: si es posesiva, por ejemplo, pasa a ser egoísta. Las personas tienen que aprender a usar la sexualidad como un elemento realmente humano, de modo amoroso.

Algunos jóvenes se preguntan, ¿este amor que siento es el que precisa para casarse?

El amor que "sirve" para iniciar un matrimonio -si pudiera utilizarse esa expresión- es el que está dispuesto a enfrentarse con las dificultades. No basta con la atracción erótica, que anhela la posesión y no reconoce realidades. Esa atracción es egoísta e irreal. Las personas normales se casan por amor, pero sabiendo que existen defectos por ambos lados y que con un poco de paciencia se sale adelante. Ese optimismo es importante.

¿Qué dice usted si quienes afirman que cuando se termina el amor se termina el matrimonio?

El amor no puede hundirse sin ninguna causa ni responsabilidad previas. El amor es básico en un matrimonio, pero se trata de un amor voluntario, no de un amor sentimental. Si se hunde el amor es porque se ha dejado que se hunda; se hunde por culpa, por descuido; creo que uno de los factores que más pueden mantener el amor son los hijos. En ese sentido los hijos no son "opcionales" para el matrimonio.

Muchos matrimonios piensan que los hijos los van a alejar, que el cansancio, que la angustia, que las preocupaciones económicas...

No, totalmente falso, eso es un cálculo erróneo, además de ser egoísta... La gente se cansa por muchas cosas o llega con nervios a casa porque ha acumulado demasiada tensión en el trabajo. Luego, culpa a los niños, y trata de relajarse haciendo deporte. Pero no hay nada mejor para serenarse que los hijos: ellos existen para que los padres saquen gozo de ellos y para que se mantengan unidos, porque son suyos. Un matrimonio que no llega a descubrir esta gran verdad, es muy posible que fracase porque su escala de valores los lesionará tarde o temprano. Por eso es que los hijos no son opcionales, sino son el soporte mismo del matrimonio.

Usted ha señalado en sus conferencias que la familia es la salvadora del amor, ¿por qué?

El papa Juan Pablo II ha señalado que la gran misión de las familias es salvar el amor. Vivir en una familia es aprender a convivir, a ofenderse y luego a perdonar. Es muy importante que los padres sepan pedir perdón a los hijos cuando ejerciendo su autoridad cometen errores. Así, ganan autoridad, porque han dado el ejemplo de una persona que sabe explicar. El padre que no está dispuesto a hacer esto es un orgulloso y no está formando al hijo bien.

LO PEOR: EL ENGAÑO

* Existen varias causales que vuelven nulos el sacramento del matrimonio. Monseñor Cormac Burke menciona una, de profunda incidencia:

* Se da cuando uno, engañando al otro desde el comienzo, acepta sólo en apariencia los bienes esenciales del matrimonio, que son la permanencia del vínculo, la esclusividad de la relación, y la apertura a la prole.

* En relación a las nulidades que la Rota Romana decreta, Monseñor Burke explica que la incapacidad consensual, frecuentemente esgrimida, sólo puede darse en presencia de alguna grave anomalía psíquica. Por ejemplo, la simple inmadurez, a pesar de lo que a menudo parece pensarse, no sería suficiente.

* Hay casos de nulidad que han dado mucho de que hablar, como el de Carolina de Mónaco: Como parte del tribunal puedo decir que no hubo ninguna presión sobre nosotros y sobre lo que convenía hacer. Teníamos que hacer justicia aunque la gente criticara. La presión venía de ese lado. La causa tardó diez años, convirtiéndose en una de las más largas. Pero, ¿por ser rica y conocida, íbamos a negarle lo que era de justicia?

Santiago, Mayo del 1996

MARIANA GRUNEFELD

Tipos de Padres


La autoridad es un componente de todo verdadero amor que ciertamente exige esfuerzo, incomodidades y perseverancia.
También es evidente que no es un fin en sí misma sino solamente un medio, por definición, orientado hacia el bien de aquel sobre el que se ejerce, pero nunca en función de la comodidad, de la satisfacción o del orgullo de quien la utiliza.

La autoridad es necesaria en toda educación porque da seguridad y tranquiliza al niño, pero es también indispensable para formarlo en su libertad y enseñarle a administrar y a asumir poco a poco sus responsabilidades.
Las actitudes que habitualmente toman los padres frente a la educación nos permiten clasificarlos en seis categorías generales, las cuales nos ayudan a comprender su estilo educativo y corregirlo en caso que no sea el adecuado.

1. Padres razonables
• Su actitud fundamental es la comprensión-aceptación. Ejercen su autoridad desde la tolerancia y el diálogo y la conciben, más que como medio de control, como servicio a los valores del hijo, con lo que logran un alto ascendiente moral sobre él.
• No mandan ni discuten, ni tratan de imponerse por la fuerza, sino que buscan criterios comunes de acción tanto para ellos como para los hijos.
• No intentan dirigir la conducta de los hijos, sino que, mediante el diálogo y la comunicación apelan siempre a la razón y la coherencia, enseñándoles a descubrir las razones de su comportamiento, evitando el capricho y la irresponsabilidad.
• Están convencidos de la dignidad personal de cada hijo, del derecho que tienen a tomar gradualmente la dirección de su propia vida con responsabilidad y autonomía. Por eso les ayudan a sentirse responsables de sus propios actos sin permitirles que se sustraigan a las consecuencias naturales que se derivan de ellos.

2. Padres autoritarios
• Su actitud fundamental es la imposición manifiesta. Los padres autoritarios tienden compulsivamente a juzgar, a simplificar o imponer sus puntos de vista con poca o ninguna sensibilidad frente a los sentimientos o la situación personal de los hijos.
• Más que la realización y el éxito de éstos, buscan la afirmación de su propia personalidad y el dominio despótico sobre ellos.
• No escuchan razones, prohíben terminantemente pensar y obrar por cuenta propia, engendrando miedo y desconfianza a su alrededor.

3. Padres violentos
• Son padres de mal carácter porque en su infancia fueron niños difíciles. Tal vez hayan vivido su niñez y adolescencia bajo el signo del terror, sometidos a la tiranía de unos padres despóticos y autoritarios.
• Las modalidades de la conducta violenta presentan una gama muy amplia que va desde el empleo de la fuerza física hasta los abusos deshonestos, pasando por la agresión psíquica y las desatenciones materiales.
• Las consecuencias negativas son evidentes: generan en los hijos muchos sentimientos contradictorios: fuertes sentimientos de rebeldía y hostilidad, a la vez de sentimientos de culpa por provocar las iras del padre.

4. Padres legalistas
• Actitud fundamental: El culto a la norma.
• Para ellos educar consiste en someter a los hijos a una serie de normas preestablecidas que deben acatarse porque sí, sumisa y reverencialmente.
• Buscan la seguridad en la norma, y la irracionalidad de su actitud hace que obedezcan la norma como un tabú, de manera mágica.
• No toman en cuenta que mientras la norma sea algo impuesto, carece de fuerza en el terreno educativo y sólo cuando sea asumida por el hijo desde su libertad logrará su verdadero valor.

5. Padres permisivos
• Actitud fundamental: Desinterés por la educación de los hijos.
• No corrigen a sus hijos cuando transgreden las normas más elementales de educación y convivencia; no se inmutan cuando obran mal ni se alegran cuando se portan bien; les permiten que hagan lo que quieran, con tal de no complicarse la vida.
• En ocasiones, manifiestan una evidente falta de carácter que les lleva a confundir la benevolencia con la debilidad y ceden ante los caprichos y exigencias de los hijos.
• En el fondo, rechazan su papel de padres y como justificación tratan de convertirse en amigos o camaradas de sus hijos.
• La consecuencia más grave de la educación permisiva será la falta de conciencia en los hijos, pues no habrán sido capaces de hacer suya ninguna norma moral que rija su vida.

6. Padres posesivos
• Actitud fundamental: Exceso de protección a los hijos.
• Estos padres tratan a toda costa evitar a los hijos penas y dolores que la vida les trae. Se preocupan ansiosamente de que nada les falte, evitan que sus hijos se esfuercen o enfrenten dificultades y problemas facilitándoles las cosas al máximo. Toman la iniciativa por ellos, fomentando dependencia e incompetencia en los hijos.
• La autoridad posesiva agobia, impide crecer, destruye la autoestima e incapacita para la autosuficiencia.

¿A qué tipo de padres pertenecemos? ¿Cómo educamos a nuestros hijos? ¿Qué podemos hacer para mejorar nuestra autoridad en la familia? Platiquemos en pareja todas éstas interrogantes, así podremos mejorar nuestra función de padres de familia.
Debemos estar conscientes de que la autoridad que ejercemos sobre nuestros hijos va mas allá de un simple regaño, una llamada de atención o un castigo.
Por medio de nuestra autoridad enseñaremos a nuestros hijos el camino que deben seguir a lo largo de su vida, les enseñaremos a vivir los valores y actitudes positivas que queremos inculcarles, en fin, seremos ejemplo a seguir.
De nosotros depende formarlos por el buen camino y hacerlos hombres y mujeres de bien para nuestra futura sociedad.

fuente: www.clubdomingosavio.cl

Estilos de paternidad/maternidad


Autor: Enrique Pérez G., MSc Matrimonio y Familia

La mayor responsabilidad que una persona asume en la vida, es ser padre o madre. Por lo tanto, es preciso aprovechar las situaciones que se presentan a lo largo de la vida de los hijos: éxitos y fracasos, alegrías y tristezas, aciertos y equivocaciones, etc., para prepararlos gradualmente para que administren su vida de forma autónoma y responsable. Una herramienta eficaz que poseen los padres para educar a los hijos es “la autoridad”, y, según cómo la ejerzan, redundará en beneficio o perjuicio de la formación de sus hijos.

La Dra. Diana Baumrind (1971) realizó estudios con varias decenas de preescolares y sus familias mediante entrevistas y pruebas sobre la vida en el hogar. Identificó varios estilos de educación y definió patrones conductuales característicos de los niños educados según cada estilo. Ésta y otras investigaciones han establecido asociaciones consistentes entre diferentes estilos de educar y el comportamiento de los niños. A continuación, se detallan los estilos más comunes, sus ventajas y desventajas para que los padres reflexionen sobre ellos y puedan rectificar o mejorar sus actitudes.

Padres permisivos

Son quienes se acogen a ciertas corrientes psicológicas según las cuales reprimir a los niños puede causarles traumas posteriores. Consideran que amar es “dejar hacer” y no usan la autoridad para establecer normas y criterios a seguir por los miembros de la familia.

• Actitudes:

- Son padres afectivos.

- Orientan muy poco.

- Exigen aún menos.

- Son complacientes para evitar contrariar al niño.

- Sus normas y criterios carecen de firmeza; existe inconsistencia en la disciplina.

- Conceden libertad con escaso control.

- Sancionan poco.

• Ambiente familiar:

Los padres entienden las emociones de sus hijos y minimizan “temporalmente” los conflictos, cuando son pequeños. Los hijos aprenden que llorando, mostrando conductas inapropiadas, discutiendo con razonamientos de apariencia lógica, peleando y desafiando, obtienen sus deseos o caprichos. En consecuencia, la autoridad de los padres se debilita hasta anularse.

El ambiente familiar se vuelve, de forma progresiva, caótico e incontrolable por la falta de autoridad y claridad sobre lo que está bien y lo que está mal.

Resultado en la educación:

Los hijos son inseguros. Los padres complacieron mucho y no los orientaron ni guiaron. La falta de exigencia les impide esforzarse para conseguir sus metas e ideales por sí mismos.

Los hijos criados sin normas y límites carecen de claridad en los criterios y principios, por lo cual, pueden convertirse en personas egoístas y con una moral tibia.

“La libertad ilimitada no es segura ni saludable”, expresa el Dr. Erik Erikson, psicoanalista alemán. Los límites de todas maneras existen y si los padres no los ponen a tiempo, la vida se encarga de ponerlos de una manera más dolorosa y traumática.

Padres autoritarios

Los padres autoritarios creen que con consejos verbales, imposiciones, prohibiciones y normas estrictas se puede conseguir una buena educación para los hijos. Lo más seguro es que ellos mismos hayan sido educados de esta manera.

• Actitudes:

- Son padres menos afectuosos y hasta indiferentes.

- Valoran el control y la obediencia incuestionable.

- Exigen en exceso y con inflexibilidad.

- Conceden poca libertad a los hijos porque no tienen suficiente confianza en sus capacidades.

- No facilitan el diálogo ni orientan.

- Se centran más en los errores.

- Acuden a los castigos, gestos de desaprobación y gritos.

• Ambiente familiar:

El ambiente de hogar, aparentemente, es de respeto y obediencia, sobretodo cuando son pequeños. Pero, esto irá transformándose en opresión y tensión. Los hijos sentirán miedo, inseguridad, desconfianza, rechazo; y una carencia de amor, alegría y optimismo.

• Resultado en la educación:

La autoridad sin comprensión se convierte en tiranía. La agresión física y/o verbal disminuye la autoestima de los hijos. Por esto, suelen convertirse en personas inseguras, rebeldes, hostiles, desconfiadas y retraídas.

No existe una comunicación abierta y sincera entre padres e hijos, que es tan necesaria para lograr el equilibrio emocional en el desarrollo de los niños.

Nadie puede dar lo que no ha recibido: quien no ha recibido amor es incapaz de brindar amor; quien no ha sido comprendido no puede comprender.

Padres sobreprotectores

Estos padres se consideran imprescindibles para dirigir la vida de sus hijos por miedo a que fracasen o sufran. Les orientan pero no les exigen.

• Actitudes:

- Brindan mucho afecto y cariño.

- Prestan excesivo interés a los deseos de sus hijos pues pretenden darles todo lo que ellos no tuvieron y quieren evitarles cualquier dolor que ellos hayan sufrido.

- Cuando es el caso, llevan y recogen a los hijos para ahorrarles molestias o esfuerzos, aún cuando éstos son mayores y pueden movilizarse solos.

- Solucionan los olvidos o problemas de los hijos para obviarles dificultades en el colegio o en su entorno.

- Tienden a culparse por los errores de sus hijos.

• Ambiente familiar:

Dentro del ámbito familiar, los hijos se saben amados y protegidos pero, también, dependientes del padre y/o la madre. Sienten desconfianza del mundo exterior. Cuando crecen tienen conflictos con los padres, al ver limitada su libertad.

• Resultado en la educación:

Debido a la excesiva protección paterna y/o materna, los hijos tienen baja autoestima, una fuerte dependencia y necesidad de aprobación. No adquieren suficiente autonomía ni responsabilidad. Son temerosos ante un mundo que consideran inseguro. Les cuesta mucho esforzarse, no les gusta equivocarse, y, por ende, les resulta difícil responsabilizarse de sus acciones.

Es muy importante estar conscientes de que cualquier ayuda innecesaria que brinden los padres a los hijos se convierte más tarde en una limitación o debilidad.

Padres ausentes

Son padres inconscientes de sus obligaciones y que no se involucran en la educación de los hijos. Creen que la escuela o el colegio tienen el deber de “educarlos”. Incumplen su función de padres, sea por comodidad, inseguridad, falta de tiempo; porque ambos trabajan o por no estar preparados.

• Actitudes

- Demuestran poco afecto y se comunican inadecuadamente.

- Ponen normas y límites escasos.

- No les gusta supervisar.

- Rehuyen las responsabilidades paternas.

El ambiente familiar y los resultados son similares a los de padres permisivos y sobreprotectores.

Si los padres se encuentran ausentes o no se preparan para ejercer este deber indelegable, “otros” educarán a sus hijos por ellos: la televisión, el internet, el ambiente, los compañeros y amigos (buenos y malos)... todos con doctrinas, creencias y valores diferentes y quién sabe de qué manera…

Padres eficaces

Los padres con un estilo eficaz son quienes saben que amar a sus hijos significa prepararlos, progresivamente, para que puedan desenvolverse en todas las circunstancias de sus vidas, por sí solos. Para ello, padre y madre se proponen objetivos comunes. Buscan el tiempo necesario para conocer a sus hijos, aceptarles, quererles y ayudarles a superar sus limitaciones.

Les enseñan que de cada error o equivocación se puede aprender: a evitarlo en la siguiente ocasión, a reflexionar sobre una solución, a buscar ayuda para rectificar con responsabilidad, etc.

• Actitudes:

- Los padres son alegres y optimistas.

- Brindan mucho amor y apoyo a sus hijos.

- Estimulan sus capacidades y ayudan a superar sus limitaciones.

- Ponen normas y límites claros y adecuados para su temperamento y edad.

- Están siempre disponibles para los hijos, los orientan pero respetan sus intereses y opiniones. (Los escuchan y les hacen sentir que lo que piensan o sienten es importante, pero también les hacen notar las conveniencias o desventajas de ellos.)

- No ceden en valores ni principios. (Hay situaciones de forma por las que no es conveniente discutir: llevar el pelo de una u otra manera. Pero el respeto a los padres y personas adultas no se puede dejar de exigir.)

- Confían en las capacidades de cada uno de ellos.

- Fomentan progresivamente la responsabilidad y toma de decisiones.

- Se esfuerzan porque sus enseñanzas sean coherentes con el ejemplo que dan.

- Sancionan con sensatez y prudencia, en proporción a la falta y se preocupan de que los hijos entiendan la razón del castigo para que éste sea formativo. (No es conveniente reprender con ira, es mejor esperar a que se calmen los ánimos para reflexionar sobre la situación.)

• Ambiente familiar:

Se establece un ambiente de amor, alegría, confianza, apoyo, buena comunicación y exigencia. Los hijos saben qué esperan sus padres de ellos y conciben criterios y normas claras para distinguir lo que está bien de lo que está mal. Los problemas y conflictos - que nunca faltan- se manejan con serenidad y de forma positiva.

• Resultados en la educación:

Los hijos son alegres, entusiastas y seguros, además poseen una buena autoestima.

Saben pedir ayuda cuando la necesitan; aceptan ser corregidos y aconsejados.

Conocen sus capacidades y limitaciones. Gradualmente, desarrollan responsabilidad e independencia. Saben tomar decisiones, esforzarse y exigirse.

La educación de los hijos no es una tarea fácil y, en este camino, aprenden padres e hijos. Para obtener mejores resultados, es necesario educar desde la primera infancia.

“Los padres que tienen criterios claros sobre la persona, la familia, los principios universales (el amor, la vida, la justicia…) —según la Dra. Beatriz Londoño de Posada— y que son coherentes con esas ideas, alcanzan un cierto grado de madurez y ejercen sobre los hijos una influencia más poderosa que cualquier influencia del ambiente.”

Referencias bibliográficas:

- Papalia, D., Wendkos, S. y Duskin R. (2006). Psicología del Desarrollo. México,

México: McGraw-Hill Interamericana Editores S.A. de C.V.

- Londoño, B. (s.f.). Auméntele quilates a su estilo como padre. Ser Familia No. 9.

8-11. Medellín, Colombia.

Cómo hacer de su hijo un delincuente

Es evidente que actuar al contrario de este decálogo, de forma general, es una buena manera de educar.

Hace años, la policía de una ciudad norteamericana, superada por la conflictividad de sus jóvenes, y habiendo estudiado la causas que coincidían en los distintos casos, elaboró este decálogo para convertir a su hijo en un delincuente por el camino más corto.

1. Dé a su hijo todo lo que le pida. Así crecerá convencido de que el mundo le pertenece.
2. Si habla con palabras groseras, ríale la gracia para animarle a ser más grosero.
3. No le dé ninguna educación espiritual. Ya la elegirá él cuando sea mayor de edad.
4. No le reprenda nunca. Podría crearle complejos de culpa.
5. Recoja todo lo que él deja tirado: libros, zapatos, juguetes, ropa…Ahórrele todo esfuerzo. Así creerá que todo el mundo tiene que estar a su servicio.
6. Que lea todo lo que caiga en sus manos. Cuide la limpieza de sus platos, vasos y cubiertos, pero deje que su corazón y su cabeza se llenen de basura. (aquí yo añado la TV, internet y videojuegos)
7. Riña y discuta con su mujer o con su marido en presencia de su hijo. Así no se sorprenderá ni le dolerá demasiado el día en que la familia se rompa.
8. Déle todo el dinero que quiera gastar. No vaya a sospechar que es necesario trabajar para ganarlo.
9. Satisfaga todos sus deseos, placeres y caprichos. La sobriedad le llevaría a una frustración perjudicial.
10. Póngase de su parte en cualquier conflicto con los amigos, vecinos o profesores. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo, que le han tomado manía y que le quieren mal.